«Misión Cumplida» (acompañar el ocaso)

Es la 01:00 a.m. Me despertaron los gritos de mamá en su ventana: ¡hay ladrones en el balcón! Corro a su habitación y descubro que algo obstaculiza la entrada, empujo lentamente y veo que hay varias sillas bloqueando el paso y que no están allí por accidente, sino que fueron puestas para protegerla. Despejo la entrada y la descubro en ropa interior completamente acelerada tratando de hacer no se qué con la ventana que da al balcón; como si pudiera con su mero cuerpo regordete que difícilmente se mantiene en pie, detener a un ladrón que tratara de entrar… Claro que no hay nadie. Lo único que se percibe es a los vecinos del piso de arriba que mueven sillas y hacen ruidos posiblemente una reunión, una fiesta, vaya a saber. Es viernes a la noche, no está prohibida la vida social, aunque, para ella, hace años esté restringida. Un simple vecino ruidoso puede presentarse como un peligro para la vida. Es frecuente que crea que alguien la quiera atacar, vaya a saber qué recuerdos la acechan desde la oscuridad de su propia memoria que cada día va perdiendo un poco su luz. Escucha los ruidos y alguien quiere robarle…  Pero: «Si he de morir no será sin dar batalla» era su frase de vida. Así que, para protegerse arrastró la mesa de la tv arrancando los cables, de ese modo con la mesa las sillas y la tv bloqueándola entrada quizás estaría a salvo… De pronto llego y le digo que no hay ladrones, que ya revisé que son los vecinos de arriba que hacen ruido, pero que no hay nadie tras la ventana que da al balcón. Entonces empieza a darse cuenta de todo. Es como si los decorados de su escena de terror se cayeran y se siente tonta, medio desnuda, muerta de frío… dolorida porque en todo el proceso se cayó tratando de protegerse de sus presuntos agresores, y su espalda ya no quiere más golpes. Ella no tiene equilibrio ya, sin el bastón no se sostiene, sus reflejos de posición están fallando, y no se de dónde saca fuerzas para armar esas barricadas con sillas y mesas y tv.

Día a día va perdiendo un poco de sus habilidades, y cada día es como tener que enfrentar otra frustración que se suma a las anteriores.  Se va haciendo más difícil su faena diaria, de levantarse de la cama para ir al baño o al comedor. Es lo contrario que con los bebés, que logran pararse y dar sus primeros pasos y es una fiesta, y uno tolera su incapacidad para moverse en su mundo porque sabe que eso mejora cada día… pues aquí es lo contrario. Lo que hoy está mañana podría dejar de estar, irse para no regresar.

Su mundo se va reduciendo, y las presencias invisibles siguen poblando sus días. Hoy dijo que a mi lado había otro hombre, un poco más joven que yo. Y una mujer se acercaba a mirar… Así cada vez escucha menos lo que viene de nuestro mundo y más lo que viene de algún otro lado, no se si del pasado o del presente. Ayer dijo que no la habían dejado dormir con la música desde las cinco de la mañana… Qué curioso… no había música, pero ella sí que la escuchaba. Quizás esa música llegara de alguna de las humildes casas de su barrio de Avellaneda, en su infancia triste y lejana.

Cada vez que mira el departamento, el balcón, las flores dice que su vejez es la parte más linda de toda su vida. Que tiene a sus hijos cerca, a sus nietos, que esa casa es muy bonita… y se nota que su ser todo emana gratitud hacia nosotros y hacia la vida. En su rostro hay marcas del paso del tiempo, y algunas pocas de dolor físico, o acaso sean del dolor de haber enterrado dos de sus cuatro hijos… pero con todo, su expresión es la de alguien cuyos diálogos consigo misma no conocen el odio ni el resentimiento. Alguien que se resiste a aceptar que ya no puede sola, a soltar el gran baluarte de su travesía: la dignidad de la independencia. Y no, no puede, ya no puede. Qué ironía la de la vida que le ha puesto tantas emboscadas, tantos desafíos para conquistar ese gran premio de poder bastarse por sí misma, de mantener a su familia, de educar a sus hijos… todo para, al final del camino, obligarla a soltar cada una de sus conquistas, a volver a lugar donde empezó, allí donde no podía siquiera cambiarse de ropa o preparar su comida.

Quizás por eso se siente tan agradecida. Quizás por eso ha perdido la memoria inmediata y cada día se olvida del día anterior, con lo que no recuerda que hace mucho que no puede cocinar ni lavar los platos, pero, de todas formas, cada día insiste en hacerlo. Me pregunta qué quiero comer, como lo hacía en los años en los que alimentaba a toda la familia, y ya éramos adultos. Y yo, nuevamente, tengo dos caminos. Elijo el menos cruel. En lugar de decirle que no puede lavar porque no ve bien, porque no puede estar parada más de diez o veinte segundos, le digo: mamá ayer lavaste vos, hoy me toca a mí. Mañana lavás de nuevo si querés… y ella se sosiega con la expresión de misión cumplida… y ya lo creo que está cumplida tu misión mamá; ¡ya lo creo!

A favor del conocimiento libre!! 

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