Acompañar el ocaso II

Hoy Andrea, mi hermana, llevó a mamá al oftalmólogo. En verdad buscábamos una segunda opinión porque teníamos noticias desalentadoras. Se confirmó el diagnóstico: su vista se ha reducido drásticamente, y es progresivo. Con suerte podremos detener el proceso con un tratamiento agresivo e incierto. Por el momento sólo podemos ver la parte negativa de la escena.

El panorama es el siguiente: No escucha bien; hay que hablarle alto y uno a la vez para que oiga y no se adapta al audífono, como si fuera poco está perdiendo la visión.

No hay que ser muy inteligente para darse cuenta de que su mente y sus canales de conexión con el mundo, es decir, sus sentidos, están desconectándose. Sin embargo, —pienso— eso no puede ser nada más que una pérdida. Debe ser un cambio, como todo cambio habrá pérdidas y ganancias. Para poder acompañarla mejor habrá que descubrir qué es lo que está ganando…

Las personas que eran fundamentales para ella se van deslizando lentamente hacia el olvido, las rutinas se diluyen hasta que sólo quedan las del cuerpo, comer, dormir ir al baño… mientras tanto, su conexión con la naturaleza se vuelve más y más fuerte. Hay un árbol enorme frente a su balcón, se queda horas mirándolo, “ausente” desde mi punto de vista, pero seguramente muy presente en otros espacios que yo no sé habitar.

Anoche, durante la cena, me dijo que el árbol le hablaba, le pregunté sobre eso y me dijo:

—Él dice que me quede tranquila, que estoy rodeada de buenas personas, que me quieren mucho y que me cuidan.

Entonces noté que hacía semanas que no hablaba de sus pesadillas, parece que sus sueños se han sosegado. Al darme cuenta también noté que su paranoia nocturna se había calmado, ya no hizo más barricadas detrás de la puerta del dormitorio amontonando sillas. Le pregunté.  y me dijo que ahora tiene lindos sueños, desde que dejó de pelearse y aceptó las cosas que veía y que escuchaba…  —¿Qué?

— ¿Cuáles cosas? —pregunté intrigado.

—Cosas… —Dijo con cierto pudor, como temiendo ser tildada de loca—.  Por ejemplo, ese árbol me protege y me habla, me habla en mi cabeza… Y algunas veces veo personas que  en la casa, sé que no están vivas, y también sé que no vienen para hacerme daño, sino lo contrario, vienen para cuidarme.

Hace tiempo que vengo sospechando que tanto la demencia como el Alzheimer son cambios en las configuraciones de los «cableados» del cerebro que tienen alguna finalidad, y no meramente la decrepitud. Nosotros le hemos puesto el nombre de “deterioro cognitivo” porque tenemos como modelo y parámetro el punto de máxima productividad de la persona (según el paradigma occidental y capitalista). Pensamos que el cerebro debería seguir funcionando como en la etapa anterior «productiva», en la que uno está fuertemente conectado con el mundo: Pero eso es porque en esa etapa necesitamos sostener nuestra existencia mundana: la casa, la pareja, el trabajo, los hijos, el perro, los vecinos, el auto, los aumentos, las cuentas… Sin embargo, en el momento evolutivo que está viviendo mi madre, eso ya no es más el foco, ya no es importante. No necesita criar a nadie, no necesita formar o mantener a la familia, ahora su cerebro está “podando” lo accesorio y, al parecer, cerrando los sentidos que la conectan con el mundo del que se está despidiendo y abriendo nuevos canales que la comunican con el mundo al que se encaminará en algún momento. Si recordara con toda intensidad cada cosa de este mundo, sus lazos serían mucho más fuertes, y su partida más conflictiva y dolorosa. Ella está haciendo lo que se hace antes de viajar a un país que no conocés y empezás a ver los videos, a hablar con gente que lo conoce; a conectarte con ese lugar antes del viaje.

Para mi siempre ha sido fundamental el no pelear con la realidad. La Psicología de la Gestalt me enseñó a reconocer lo que es y a vivir en el presente. Una vez leí un post en FB que fue una revelación; alguien le preguntaba a un maestro espiritual cuál era el secreto de su paz interior, y él respondía: Colaborar incondicionalmente con aquello que es inevitable. Bien, esa es la actitud que he asumido con mi madre y nos está dando resultado a mi hermana y a mí. No corregimos los errores cognitivos, no reprochamos los olvidos, no cuestionamos que nos tome por otra persona ni lamentamos que pierda contacto con el mundo. Acompañamos sin intentar imponerle cuál es el camino que ella debe tomar y de qué manera debe percibir el mundo. Antes que nada: ¡Es nuestra madre!

Supongo que esa actitud es lo que nos ahorra la agresividad que muchas veces aparece en estos cuadros; porque la mayoría de la gente les exige a los mayores que sigan siendo iguales a lo que fueron, o sea que no les da permiso para cambiar, para envejecer para seguir evolucionando aunque no entendamos la riqueza de ese estado en el que ellos van entrando.

Cuando no aceptamos el paso del tiempo siempre las consecuencias son nefastas. Los padres que no dejan crecer a los hijos están tan equivocados como los hijos que no dejan envejecer a sus padres. Es garantía de sufrimiento para ambas partes.


Después de terminar este escrito llegó a mi esta nota, creo que tiene todo que ver.  Los adultos no dejan de producir neuronas 


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2 comentarios sobre “Acompañar el ocaso II

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  1. que belleza este escrito guillermo…. desde que lugar tan noble honras a tu mama…..abrazo…ale

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