Los humanos, comparados con otras especies de nuestro mundo, somos los más destructivos. Queremos alcanzar los lugares más altos, colocarnos por encima de todo y de todos, al tope de la pirámide para dominar el mundo. Nos alimentarnos de todas las criaturas que nos apetezcan. Buscamos ser más que los otros, mejores, poderosos, respetados o temidos. En resumidas cuentas: deseamos ser monarcas. Pues esta es la buena noticia: alguien escuchó nuestras plegarias y dijo: ¿Quieren una corona?, pues la tendrán.
(…) Todo empezó el diecisiete de noviembre de 2019 en China cuando alguien de cincuenta y cinco años en la ciudad de Wuhan, provincia de Hubei evidenció lo que parecían ser complicaciones por un proceso gripal. Más y más personas empezaron a manifestar esa extraña gripe la cual, en un principio, no llamó la atención de médicos ni de laboratorios. Y no lo hizo pues está previsto que eventualmente una gripe lleve a un desenlace fatal. Es una causa frecuente de muerte en ancianos, quienes son lo que se llama grupo de riesgo, aunque deberían llamarse grupo en riesgo, un malentendido quizás remanente de la edad media cuando se acostumbraba a culpar a los enfermos a demonizarlos y a vincular las enfermedades con el pecado.
Se fueron sumando más y más casos, así que empezaron a investigar y recién para fines de diciembre descubrieron que se trataba de un virus desconocido hasta el momento, pero similar a otros anteriores. Para el inicio del 2020 se habían contabilizado casi cuatrocientas personas con la nueva enfermedad.
Así se dieron cuenta de que la mayoría de los contagiados (ochenta y cinco por ciento) atravesaban por cuadros mas o menos leves el tiempo usual para cualquier virus, entre una y dos semanas. Incluso algunos ni siquiera notaban que habían sido afectados. Sin embargo, un quince por ciento de éstos desarrollaban cuadros críticos, y la tercera parte de estos últimos, es decir un cinco por ciento de los que se contagiaban, necesitaban terapia intensiva y asistencia respiratoria.
Al revelarse la potencialidad fatal empezaron a tomar medidas para contenerlo, pero ya era tarde: él marchaba varios pasos adelante. Imagina una persecución en la que tu oponente tiene semanas de ventaja… imagina si cada día puede agregar otras dos o tres personas que también deberán ser localizadas y aisladas y esas personas cada día agregan otras más… en quince días pueden superar el millón. Obviamente no se pudo aislar a todas.
Se tomaron medidas de contención drásticas en China, medidas inviables en países democráticos incluso en las democracias más duras. Pero los chinos tienen una población mucho más dócil, herederos de una cultura basada en la disciplina el respeto del orden y la obediencia a la autoridad, una autoridad que en nuestras escalas sería despótica. Esto permitió disminuir los daños, pero ya había hecho sus estragos y había salido al mundo con el objetivo de esparcirse lo más posible.
Un virus para el que no hay vacuna. No hay cura y que puede matarte en días. Con semejante panorama comenzaron a surgir como hongos después de la lluvia los más variados escenarios apocalípticos en la mente colectiva. Diferentes teorías ganaron las calles y avenidas de Internet, para sembrar el pánico y revivir viejos fantasmas como el de la gripe española (originada en Norteamérica) hace cien años o el de la peste de la edad media.
Es que hoy día la gente ha desarrollado la convicción de que la muerte puede evitarse. Y, para ello, contratamos seguros médicos sofisticados.
Al fin, a comienzos de año se globalizó la noticia y comenzó a hacerlo la presencia del virus. El siguiente desafío era convencer de recluirse a una población narcisista que se siente al tope de la cadena evolutiva y con derecho a su libertad por el solo hecho de haber nacido y no por haberla conquistado. Como sea, no era sencillo que voluntariamente las personas renunciaran a su querida libertad y se autoconfinasen sin mostrarles evidencia de que realmente era imprescindible para detener la progresión de contagios.
Para ser justo no es sólo el narcisismo, Los humanos de hoy somos prisioneros del sistema que hemos creado: del dinero, del trabajo, de las convenciones… por lo cual, no sería fácil persuadirnos de resignar ese centímetro cúbico de libertad que sobra luego de cumplir con todas nuestras obligaciones. Así que, obviamente, la mayoría se negó a obedecer hasta que un actor más persuasivo: la muerte, entró a escena. Dicho actor empezó a caminar por los jardines vecinos mostrándonos que teníamos que revisar nuestras prioridades. Como es lógico sólo entonces comenzamos a tomar consciencia.
Claro que, en una configuración narcisista como la humana, en vez de optar por cuidarnos unos a otros, lo cual significaría horizontalizar las relaciones tal y como lo hace la muerte (que es igual para ricos y pobres, sabios e ignorantes) muchos optan por pelear, rebelarse, culpar, atacar, en fin, descargar su ira en alguien más. (…)
Desde mis primeros encuentros con el Chamán Don Ignacio, me enseñó a ver a la muerte como un maestro: No como un enemigo ni como algo de lo que se debe estar lo más lejos posible. Solía decirme:
Con la vida viene la muerte de la misma forma que la tierra y el cielo no se separan. Aunque miremos sólo a uno de ellos no significa que el otro deje de existir. La muerte está contigo desde que el gran espíritu te arroja a este mundo. Es tu pasaje de regreso al todo, pero un pasaje que tendrás que ganarte.
—Relájate —continuó el anciano—, tu sabrás reconocerlo cuando el visitante te hable te darás cuenta de que trae información que hará vibrar tu alma.
—Y ¿qué le hace pensar que va a dignarse a hablarme a mi?
—Simple, porque tu lo quieres escuchar. Es todo lo que él espera. Nadie que lo pueda escuchar necesitará morir. Pero a las personas no les gusta escuchar algunas cosas, así que para no escuchar pueden arrancarse las orejas y si aun no resulta, cortarse la cabeza.
—No entiendo Don Ignacio.
Si el hombre no hubiese perdido su conexión con el Todo no necesitaría mensajeros con colores llamativos como este; no necesitaría ser atemorizado o herido para abrirse a comprender algo, o para soltar su arrogancia de creerse mejor que otros. Esto parece parte del sistema inmune del planeta y ha venido a ayudarnos a restablecer el equilibrio que hemos roto. (…)
Y claro, vino a mi memoria esa frase exasperante, bendita frase de Jesús que nos arroja en un lugar devastador de perpetua ignorancia… “Perdónalos padre, porque no saben lo que hacen”
Algo me llenó de ardor cuando recordé esa frase, sentí que era tiempo de dejar ese lugar y sin poder controlar el impulso respondí en un grito:
—¡No! ¡Basta de indultos! ¡Basta de madres que nos hacen los deberes! Basta de encontrar atajos que nos permitan evadir la responsabilidad por nuestros propios actos tanto individuales como colectivos. El indulto fomenta la irresponsabilidad, condena a lo mediocre, permite volver a cometer eternamente los mismos errores.
Grité con todas mis fuerzas ¡Por favor! ¡Padre! ¡No nos perdones más para que al fin podamos saber lo que hacemos! (…)
De pronto la imagen en el espejo me sonrió. Era yo, pero no era yo: Era una versión mejorada de mi, más brillante mas atrayente, con una luminosidad y una fuerza increíbles, y con una sonrisa de la cual el mundo se enamoraría. Dijo algo que me dejó pasmado:
—Yo no maté a nadie.
— ¿Qué estás diciendo?
—Lo que oíste: Yo-no-maté-a-nadie —separó las palabras como quien habla a un deficiente, y continuó—: y, si en verdad quieres saber por qué alguna gente se muere cuando me encuentra, debes buscar el motivo en esas personas, no en mí.
Rápidamente abrí la página web y miré el contador de casos: cuarenta y siete mil doscientas treinta y una muertes… Sin agregar más nada pues el número que va en aumento era elocuente.
—Ellos se exterminaron a sí mismos. Todos y cada uno de ellos. No fui yo —sentenció imperturbable conservando su sonrisa de remanso.
No estaba listo para esa respuesta. Mi primera sensación era que no me entendía o que me estaba tomando el pelo, quizás era verdaderamente un demonio que me quería enloquecer. Luego me di cuenta de que hago eso cuando alguien me dice algo contrario a lo que pienso. Creer que no me entiende o que me quiere torturar. Continuó:
—Verás. Yo no soy tan destructivo como me pintan. Quienes mueren son muertos porque su propia violencia defensiva los mata.
Finalmente entendí a qué se refería. Había leído que la muerte por el Coronavirus se daba por un cuadro en que el sistema inmunológico a causa de la presencia del virus se salía de control y atacaba sin distinguir al virus de las células del propio cuerpo, transformando el estado viral en una reacción autoinmune que acababa con la vida de la persona. Una reacción a la que llamaban tormenta de citosinas.
—Sus cuerpos actúan como su mente piensa. Ustedes —continuó sin sacar el dedo del renglón— lanzan una bomba atómica para matarme… su miedo es tan grande que usan las armas más mortíferas que tienen y esas armas acaban destrozándolos a ustedes.
—Es difícil entender eso —dije.
—No lo es. Mira sólo cómo viven. Hay países donde en vez de buscar comida salieron a comprar armas. Ese es el mejor ejemplo. En otros países la gente impidió que los que estando distantes por estudio o trabajo regresaran al calor de su hogar familiar. Algunos repelen a sus propios vecinos médicos o enfermeros, por temor al contagio y cuanto más temor más posibilidad de aniquilarse a sí mismos. El miedo los torna mezquinos, entonces acaparan los productos y alimentos dejando a otros sin nada.
Su miedo es tan grande que necesitan estar siempre listos para el ataque. Van construyendo muros que los aíslan y en soledad tienen pensamientos delirantes viendo a los demás como enemigos. Llega un punto en que su locura persecutoria los hace pelear con cualquiera porque todos tendrán algo “sospechoso” y empiezan a ver conspiraciones en todas partes. Por eso te digo que son ustedes los que crean su propia extinción.
—Y ¿de donde viene todo ese miedo? —pregunté.
—El miedo proviene de la desconexión con el otro y por ende, con el Todo del que somos parte. Y ese miedo tiene razón de ser: Al desconectarse del Todo se han vuelto como una hormiga fuera de su hormiguero: insignificantes, pequeños, tristes y desconfiados. Por eso necesitan protegerse. Todo los irrita u ofende, están a la defensiva y ante el menor indicio de agresión están listos para lanzar una guerra.
Y así como sucede en los pensamientos y sentimientos, se repite en los escenarios microscópicos del cuerpo.
Recordé que conocía varios conceptos que describían esa correspondencia entre sentimientos y biología. Los llamaron isomorfismo, autosemejanza, resonancia… y varios nombres más. El cuerpo refleja los sentimientos y las conductas y se ofrece como un escenario en el que se juega el mismo conflicto dentro que afuera.
Cuando un sujeto deja de reconocer a otros humanos como células hermanas del mismo cuerpo social, se crea el estado febril que vivimos hoy, donde todo nos irrita. Una parte del cuerpo combate a las células que están a su lado, a sus iguales, y las verán como potenciales peligros. Es lo que hace el sistema inmune en los casos más graves: ataca a las células del pulmón hasta destrozarlas, inflama los tejidos con su ataque hasta que no pueden respirar…
—¿Te das cuenta de que no soy yo quien provoca eso? —Agregó mi interlocutor— Son sus propias defensas guiadas por su locura agresiva y paranoica — y continuó:
Si la persona rechaza ferozmente cualquier opinión o visión que diverge de la propia, si es tan individualista como para sentir que sólo su opinión vale, sin duda necesita aprender que en ocasiones no es tan independiente, tan autónoma… Y ¿qué mejor modo de abofetear su arrogancia que llevarla al extremo en que ni siquiera pueda respirar por sí misma?
Me hizo sentido esto que decía de la intolerancia a lo diferente, a lo nuevo, entendí por qué los ancianos cuya mente va perdiendo plasticidad eran los más vulnerables, y los niños, que son los que más abiertos a la novedad se encuentran son los que menos posibilidades tienen de morir a causa del encuentro con el virus. (…)
Fíjate que otra de las tareas para la que el universo, en este caso tu mundo nos crea a los virus es una que nunca han pensado ni les será fácil reconocer: la evolución.
—La evolución ¿en el sentido espiritual o en el sentido biológico? —Pregunté
—En ambos sentidos.
Puedo entender que nos confrontes con situaciones que no podemos apreciar, que nos muestres realidades que nos sensibilicen y nos hagan tomar consciencia de algo. Pero me cuesta entender que nos hagas evolucionar genéticamente ya que eso se da por combinación de los genes de dos individuos que a su vez traen los genes de muchos más.
—Y dime, ¿acaso sabes como sucede nuestra existencia? —preguntó el visitante en actitud paciente con quien no entiende y cree saber—. Imagina por un momento que no vine a matarlos sino a combinarlos para hacerlos más homogéneos, menos diferentes.
—No entiendo, —respondí.
—Imagina que esa otra tarea de combinarlos es mucho más importante que destruirlos lo cual sería a todas luces una tarea idiota que nos mataría también. Así que piensa más allá, y piensa que nosotros pasamos por la mayoría de las personas sin destruirlas, y mientras estamos en contacto con esa persona tomamos algo de ella y lo llevamos hacia otros… Y tomamos algo del algoritmo de cada uno, de su código genético.
— ¿Me estás diciendo que la función de ustedes es transportar y combinar el ADN entre los seres humanos? ¿Algo como entremezclar nuestros átomos?
—Así es. La mayor parte de la población ni siquiera nota que hemos estado allí, nos da tiempo apenas de una semana para recoger información y llevarla a otras personas. La mayoría de nosotros muere en el proceso por esa razón necesitamos fabricar tantos mensajeros. Fíjate que de los trillones que producimos solo dos o tres consiguen llevar el mensaje a otras personas. Pero así son las cosas.
—Pero ¿para qué recortar genes de uno y llevarlos a otro?
Circulamos como mensajeros de uno a otro creando conexiones genéticas entre las personas, puentes infinitesimales de resonancia. Al combinarlos iniciamos un cambio que eventualmente los hará sentir la conexión y, relajará un poco el individualismo que los desconecta entre ustedes y con el resto de las criaturas.
Cada nuevo componente que reciben aportará sabiduría y conexión con seres con los que no se conectarían ni en dos cientos años si esperásemos la vía de la descendencia.
De la misma forma que están ligados a un ancestro distante, por pequeñas secuencias de átomos, nosotros también dejamos algo de eso en el cuerpo que nos hospeda, incluso cuando su sistema inmune nos devora entregamos el legado que venimos recolectando.
Ese es el punto donde se ve claramente que algunas personas son más flexibles y aceptan esta información extranjera con mínimos malestares, porque siempre algo nuevo implica un esfuerzo para asimilarlo y adaptarse a esa información foránea.
—Como tu sabes, todo lo que incorporan del medio les aporta la memoria de cada criatura.
Recordé que una vez Don Ignacio me había dicho algo semejante:
“Cada criatura de la que te alimentas te transmite lo que es, lo que sabe, lo que ha heredado. No son solo sustancias que te nutren, en verdad eso es lo de menos. Son principalmente seres con vivencias, historias y una sabiduría específica. Cuando comes la carne de un animal recibes su poder. Un animal de poder te puede mantener con vida durante semanas, no por su alto valor nutritivo sino por el poder que hay en su cuerpo. Hay que incorporar esos alimentos en el ánimo adecuado, claro. Debes saber que estos trozos de carne pertenecieron a un animal especial y debes consentir y valorar ese legado que te ofrece. Debes abrirte y acoger ese espíritu y esa fuerza en ti. Así es como el poder pasa del animal a ti, asintiendo a él. Si no lo haces respetuosamente posiblemente el animal pelee contigo y tengas una indigestión porque él prefiera ir a la tierra antes que entregarte su conocimiento”. Cada criatura que te nutre te transmite una visión, una sabiduría, un mensaje que debes agradecer y tomar como parte de ti.
Sin embargo, —continuó el visitante— no todos acogen de buen grado los mensajes que provienen de afuera. Nosotros llevamos el aprendizaje, la visión, la historia de otros. Pero no todos están abiertos escuchar y aprender. Algunos sostienen que ya saben suficiente y repelen cualquier información que provenga de afuera. Se sienten superiores, creen tener la verdad y son quienes, frente a la más mínima divergencia o novedad, despliegan una batalla febril y enfrentan a su interlocutor violentamente, inflando su plumaje para parecer más grandes (procesos inflamatorios) y acaban incendiando su propia casa para que esa información que llevamos no sobreviva. Un precio alto por no resignar ese ego en pro de lo colectivo. Prefieren no hacer espacio en sus pequeños mundos, en sus pequeñas opiniones para algo más allá de ellos mismos. Así que se provocan la muerte.
Por eso vine a ponerlos en silencio, a detenerlos para que razonen, para que se miren unos a otros. Ninguna fuerza, ninguna planta en la naturaleza les dará un camino para evitar ese abrirse al encuentro del otro. En cambio, sí encontrarán numerosos recursos (remedios) para acelerar el proceso de apertura, de flexibilización, de consciencia de totalidad.
Soy un espejo, que les muestra que, si asienten al otro, a la conexión que ustedes llaman “amor” podrían verse mucho más hermosos y enteros, como tu reflejo ahora. Pero hay quien prefiere atacar para no tener que mirarse a sí mismos y claro que son libres de hacerlo. No verán lo solos que están, lo impotentes que se sienten, lo vacías que están sus vidas. Se pelearon con todas las criaturas y ahora se pelean entre ustedes. (…)
El miedo no se resuelve con tener más, con protegerse mejor, con imponer nuestra forma de pensar, sino con estar conectados con los otros, sabiendo que cada uno es distinto y tiene algo que aportar, aunque desde la propia perspectiva no lo noten. Necesitan abrirse a la posibilidad de acoger esta información foránea, aunque esto signifique domesticar a vuestro aterrorizado ego; renunciar a tener la verdad, a ser mejores, a tener más, a ser los únicos… Eso será necesario para activar los puentes que nosotros, los virus, creamos mucho más rápido que las combinaciones genéticas que transmiten la vida a través de las generaciones.
Preguntaste para qué hago lo que hago: Mi función principal es reparar la gran trama del Todo, reunir, sanar lo que ustedes separaron. Eso es lo que estoy haciendo.
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