¡Dejé de fumar!

      Cuando éramos niños, tanto mi hermano como yo detestábamos el humo del cigarro. Recuerdo que les pedíamos por favor a papá y mamá que no fumaran en la mesa, o en el cuarto donde estábamos. Pero las adicciones tienen esa peculiaridad de separar al adicto del mundo que lo rodea quitándole la sensibilidad sobre el efecto que esto produce en otros y en ellos mismos. Mi madre siempre dijo que fumar era algo personal, algo que afecta sólo a la persona que lo hace y que, si quiere dañarse a sí misma, era asunto de ella porque a ella le gustaba fumar. Y nosotros le creímos durante años. Yo creí que así era y que, por ser menor que ella y no comprender su mundo, no tenía el derecho de decirle qué debía hacer con su cuerpo o con su salud. Así que pasaron los años, y yo también me hice fumador. Ninguno de ellos me dijo nada cuando supieron que yo también fumaba. Algo había sucedido. No nos dimos cuenta, nadie se percató de lo que estaba detrás de ese hecho de que yo empezara a fumar a los dieciséis. Pasaron los años, crecimos, seguimos nuestros respectivos caminos. Mi padre falleció de forma cruenta a causa del tabaco. Antes de eso, yo ya había dejado de fumar, pero mi madre continuaba.

Un día algo cambió. Mamá estaba en su balcón cuidando a su nieta de cuatro años y medio. Estaba embelesada con las conversaciones de la pequeña «sabia» quien miraba fijamente a su abuela, como registrando cada movimiento sin perder detalle. Sus ojos penetrantes no dejarían escapar nada sobre lo que pudiese preguntar. Se sintió el silencio. Mi madre tomó una bocanada de humo y lo soltó hacia arriba dibujando sin querer una pequeña nube que el sol atravésó con uno de los rayos creando formas fascinantes. Caprturó la atención de Lucía. La abuela notó que algo sucedía y preguntó: ¿qué pasa Lucía?  Abuela: cuando sea grande quiero fumar igual que vos…

      En ese instante mi madre se dio cuenta de que fumar no era en forma alguna un acto individual, era un acto que, al igual que todos los actos, incluso los más pequeños, afecta el mundo en torno a nosotros y también a todo el resto. Debemos ser cuidadosos, pues cuando nos hacemos algo también se lo hacemos al mundo aunque no nos demos cuenta. Hoy mi madre ha perdido muchos de sus recuerdos a causa de la demencia senil, pero por algún motivo, no ha perdido este recuerdo; y todas las semanas narra tres o cuatro veces la historia de cómo su nieta de apenas cuatro años la salvó y gracias a esa niñita hoy, catorce años después, puede seguir disfrutando de su compañía.

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