Sé que este día representa la memoria de un triste evento en el que muchas trabajadoras perdieron la vida en el contexto de reclamos por mejores condiciones laborales. Hablan de una centena de mujeres que murieron quemadas en una fabrica textil de Nueva York cuyas puertas habían sido trabadas con cadenas para obligarlas a cumplir la jornada de más de doce horas. Desconozco si es exacta la historia, pero podemos estar de acuerdo en que nuestra cultura patriarcal siempre las trató y aún lo hace, de forma desigual con respecto a los hombres; y que tenemos una deuda de reconocimiento por lo que dan, por lo que hacen y por lo que merecen recibir como trato y retribución.
Así que comenzaré por blanquear algunas realidades personales:
Me dio a luz una mujer —obvio— mi madre. Elena. Me cuidó durante mis primeros años, y fue ayudada por otra mujer: mi abuela —Rosa— quien además me alimentó y cuidó toda mi infancia y mi adolescencia; lavó mi ropa, tendió mi cama, me llevó al médico, todo para que yo pudiera crecer y hacer la primaria donde alrededor de veinte mujeres y sólo dos hombres me enseñaron muchísimas cosas que cimentaron mis conocimientos. Hice la secundaria. Estudié inglés, y, como mis padres se habían separado no tenía dinero para terminar mis estudios y rendir los exámenes, entonces otra mujer me ayudó, mi profesora de Inglés (Graciela) me becó y fue más allá: pagó de su bolsillo mis derechos de examen. Aprobé y conseguí trabajo unos meses después gracias al diploma que tenía. Aunque con mi primer sueldo le devolví el dinero, jamás podré pagarle lo que hizo. Entonces empecé mi primera terapia con otra mujer, (Fanny) terminé mis estudios interrumpidos con su apoyo. Otra mujer (Julia) mi segunda terapeuta me enseñó a compartir (me) con otros, a vivir en pareja, a relacionarme y descubrí mi verdadera vocación (psicología). Ingresé a la Universidad donde el 85 % de mis docentes fueron mujeres. Luego otra mujer (Gogó) me ayudó a abrir mi cabeza y mis brazos, a confiar en los demás, y, sobre todo, a creer en mis talentos. Después otra mujer (Mónica) me enseñó cómo ser psicólogo, compartió sin reservas su conocimiento y me dio un lugar como profesional. Marta, otra colega me ayudó a descubrir mi amor por la docencia y por la escritura. Luego, Otra mujer, Tiiu, me enseñó a dejar que mi alma me asista y me guíe como terapeuta. Y eso sin mencionar a mis colegas mujeres de quienes aprendo, que abren sus puertas para compartir sus espacios, sus alumnos, pacientes, familia para que pueda compartir mi trabajo y continuar creciendo.Durante todo este recorrido muchas otras mujeres me rescataron, acompañaron, apoyaron, acogieron, sostuvieron, mimaron, ayudaron, nutrieron, orientaron…
Todo lo que soy es obra conjunta de estas mujeres que, generosa y amorosamente, desde su total anonimato, me dieron más de lo que podría yo devolver en diez vidas. Son las que han sostenido desde bambalinas todo lo que se ha visto en mi escenario. Y hoy, que es el día Internacional de la mujer, con toda humildad, me siento el testimonio vivo de la grandeza de ellas.
¡GRACIAS! A ellas, y a todas las gigantes que nos traen a la vida de una u otra forma.
Guillermo Daniel Leone
8 de marzo.
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